Pulgarcita

Pulgarcita

Como todas las demás historias, ésta también comienza con… había una vez una mujer que deseaba mucho tener un bebé, así que fue a ver a una anciana de la que se decía que cumplía cualquier deseo y le preguntó si podía darle un hijo.

Lectura: Oana Dobrescu

Como todas las demás historias, ésta también comienza con… había una vez una mujer que deseaba mucho tener un bebé, así que fue a ver a una anciana de la que se decía que cumplía cualquier deseo y le preguntó si podía darle un hijo.

– Aquí tienes una mazorca de maíz. Cógela, pero recuerda que no es una mazorca cualquiera, como las que ves en los campos o como las que das de comer a tus gallinas. Ponla en una maceta.

Y he aquí que, en cuanto la puso en la maceta, floreció una flor grande y hermosa.

– Qué flor más bonita, dijo la mujer, besando sus pétalos amarillos y rojos.

Y, ¡pum! En el momento en que la besó, la flor se abrió y, justo en el centro, apareció una pequeña y delicada niña, no más grande que un pulgar. Por eso la llamaban Pulgarcita. Sus padres le hicieron una cuna con una cáscara de nuez y le pusieron un colchón y mantas de columbina y pétalos de rosa. Era una alegría mirarla y oírla cantar.

Una noche, una rana grande y fea saltó por la ventana.

– Esta niña sería la novia perfecta para mi hijo, pensó la rana, y robó la cáscara de nuez en la que dormía Pulgarcita, llevándosela a su arroyo de barro, donde vivía.

Al despertarse rodeada de agua, la niña empezó a cantar. Cuando la oyó, la rana se acercó a ella y le presentó a su pegajoso hijo, diciéndole a Pulgarcita que estaba construyendo una habitación de barro, donde vivirían después de casarse.

¡No! ¡No puede ser! Así que los peces se reunieron en torno al nenúfar donde yacía la nuez y la mordieron, para que la hoja se alejara flotando. Mientras navegaba, contenta de que la rana ya no pudiera alcanzarla, junto con una mariposa blanca que se había detenido a su lado, llegó un gallo, que agarró a Pulgarcita y la llevó a un árbol.

– ¡Sólo tiene dos patas! ¡Pobrecita! dijo una mujer-gallina, que vivía en el mismo árbol.

– ¡Y no tiene cresta! dijo otra. ¡Es fea!

Así que la bajaron y la colocaron sobre una margarita. Molesta por haber sido llamada fea, Pulgarcita se puso a llorar de nuevo. ¡Pero esto no era cierto! Era la niña más bonita que el mundo había visto jamás.

Pobrecita, se pasó todo el verano sola en el bosque, comiendo miel de las flores y bebiendo el rocío de las hojas cada mañana. Entonces llegó el invierno, con sus grandes y fríos copos de nieve, y Pulgarcita empezó a temblar. Justo al lado del bosque había un gran campo; Pulgarcita pensó que ya no tenía nada que perder y se aventuró a atravesarlo; finalmente llegó a la casa de un ratón de campo, al que le pidió un poco de maíz.

– ¡Pobrecita! Ven, entra, siéntate aquí, come algo y entra en calor. Puedes quedarte aquí todo el invierno si me cuentas historias, porque me encantan las historias.

Y así lo hizo. Pero un día, el ratón de campo le dijo:

– ¡Hoy tenemos invitados! Un vecino mío, un topo, viene a cenar. Es rico y tiene un hermoso y grueso pelaje. Deberías casarte con él.

El matrimonio era lo último en lo que pensaba Pulgarcita, pero no tuvo más remedio y tuvo que conocer al topo, que se enamoró al instante de su dulce voz. Acababa de cavar un largo túnel en el suelo y pidió a Pulgarcita y al ratón de campo que le acompañaran a dar un paseo:

– No os asustéis, dijo el topo, pero en el túnel veréis a una golondrina que murió congelada. Qué destino tan cruel la vida de un pájaro.

– Tal vez sea el mismo pájaro que me cantó todo el verano pasado y que me dio tantas alegrías, pensó Pulgarcita, entristecida.

Aquella noche, la niña trenzó una manta de paja y la puso encima de la golondrina, y luego la cubrió con un poco de algodón que había encontrado, para mantenerla caliente.

– Adiós, adorable pájaro, dijo Pulgarcita y apoyó su mejilla en el corazón del pájaro.

Pero… de repente, Pulgarcita se sobresaltó. Le pareció oír los latidos del corazón del pájaro. Así que no estaba muerto, sólo congelado.

– ¡Gracias! Ahora estoy caliente de nuevo y pronto estaré lo suficientemente fuerte como para volar. Ven conmigo, te llevaré a tierras más cálidas.

Y así lo hizo. Pulgarcita estiró sus piernas sobre las alas del pájaro y la golondrina voló sobre bosques, ríos y montañas cubiertos de nieve. Y así volaron y volaron, hasta que llegaron a un palacio de mármol blanco. Pulgarcita miró a su alrededor y vio a un hombre diminuto y delgado que llevaba una corona. El hombre diminuto era el Rey de las flores y se enamoró perdidamente de ella.

– ¿Quieres ser mi esposa y convertirte en la reina de todas las flores?

Pulgarcita dijo que sí y todas las flores e insectos acudieron a celebrar su unión. El regalo más preciado fue un par de alas y ahora ella también podía volar de flor en flor.

 

Recuento de la versión original escrita por Hans Christian Andersen

0:00 / 0:00
Pulgarcita