Lewis Carroll (1832-1898) fue el tercero de once hijos de un clérigo anglicano. Su verdadero nombre es Charles Lutwidge Dodgson y se destacó en el estudio de las matemáticas. En Oxford, donde enseñó, se hizo amigo de Alice Liddell, la hija del decano, quien lo inspiró a escribir Alicia en el país de las maravillas (1865), ilustrada por John Tenniel, y la secuela Alicia en el país de las maravillas (1871). Desde la primera edición, los libros de Alicia se han traducido a más de 170 idiomas y han inspirado adaptaciones cinematográficas, teatrales y televisivas. Además de estos textos, el autor también escribió numerosas cartas, textos políticos, tratados matemáticos, textos de literatura absurda.
Lectura: Oana Dobrescu
Como todas las demás historias, ésta también empieza con… Érase una vez una niña llamada Alicia, que estaba tumbada junto a un río con su hermana cuando, de repente, vio a un Conejo Blanco corriendo y mirando su reloj de bolsillo:
– ¡Oh Dios, llego tarde, llego tan, tan tarde!
– ¿Qué será todo esto? pensó Alicia y siguió al conejo hasta su gran madriguera.
– ¿Cómo de profunda puede ser esta madriguera? se preguntó mientras bajaba más y más, a través de una especie de túnel que terminaba en medio de una gran sala, con muchas, muchas puertas. Oh… ¿y qué hará Dina sin mí, si no llego a casa a tiempo? dijo la niña, pensando en su gato.
– Hay una llave de oro. Seguro que puede abrir una de estas puertas.
Alicia tenía razón, la llave funcionaba perfectamente, pero por aquella puerta no cabía ningún ser humano, pues era tan diminuta que un ratón apenas podía arrastrarse por ella. Oh, ¡y qué maravilloso jardín había detrás!
Mirando a su alrededor, sobre la mesa donde había encontrado la llave, la niña vio una botellita en la que se leía BÉBEME.
– Hmmm… si no dice que es veneno, me gustaría probarlo. Es delicioso. Como una maravillosa mezcla de tarta de cerezas, natillas de calabaza, pavo y tostadas con mantequilla… Oh, me siento tan rara! gritó la niña, mientras se hacía cada vez más pequeña.
Pronto vio una cajita debajo de la mesa. En ella encontró un trozo de tarta, con una etiqueta que ponía CÓMEME, así que Alicia le dio un mordisco y creció tanto que se golpeó la cabeza contra el techo.
– ¿Qué voy a hacer ahora? dijo Alicia y empezó a llorar tan fuerte que toda la habitación se convirtió en un charco de lágrimas.
De repente, Alicia volvió a oír la voz del Conejo:
– ¡Oh, querida, la Reina! Se enfadará mucho si llego tarde, dijo el Conejo, dejando caer el abanico y los guantes que llevaba en la mano y echando a correr.
– ¡Espere, señor Conejo, espere! ¡Qué día tan curioso! Y pensar que ayer todo era… normal.
Mientras estaba allí sentada, pensativa, la niña empezó a encogerse una vez más, alcanzando el tamaño perfecto para caber por la puerta que daba al jardín.
– Eh, Mary Ann, ven rápido y tráeme un par de guantes y un abanico.
Era el Conejo Blanco, que había confundido a Alicia con su criada.
Como no tenía nada mejor que hacer, Alicia corrió hacia allí y se encontró ante una gran seta. En ella había una oruga gigante, con los brazos cruzados, fumando una larga pipa.
– ¿Y tú quién eres?
– Oh, señor oruga, ya ni siquiera lo sé. He cambiado tantas veces últimamente, que todo lo que puedo decir es que me han pasado todo tipo de cosas curiosas. En un momento soy pequeña, luego soy gigante y apenas recuerdo cosas de las que ayer mismo estaba segura.
– Si le das un mordisco a este lado de la seta, volverás a ser grande, pero si le das un mordisco al otro lado, volverás a ser pequeña.
Alice dio el mordisco que la ayudaría a volver a su tamaño habitual.
– ¡Eh, hay una casita! Ah, y puedo ver un aparcacoches que parece un… pez.
– Tengo una invitación para la Duquesa. La Reina le pide que venga a jugar al criket.
Curiosa, Alicia entró en la casa y encontró a la Duquesa meciendo a un bebé que chillaba como un cerdo y no paraba de estornudar -hachoo hachoo- a causa de la pimienta que flotaba por toda la habitación. Parecía que la cocinera estaba preparando una sopa con mucha pimienta. Junto a ellos ronroneaba un gato sonriente.
– Hola. Si no te importa, ¿por qué sonríe así tu gato?
– Porque es un gato de Cheshire.
– Gato de Cheshire… ¿Cómo puedo salir de aquí?
– Bueno… depende de adónde quieras ir. Si tomas a la derecha, llegarás a la cabaña del Sombrerero, si tomas a la izquierda, encontrarás a la Liebre de Marzo. Pero están todos un poco locos… dijo el gato, apareciendo y desapareciendo lentamente, desde la punta de su cola hasta su gran boca. Sólo quedó la sonrisa, aunque el resto del cuerpo desapareció, como por arte de magia.
– Iré a ver a la Liebre de Marzo, pues ya he visto Sombrereros antes, pensó Alicia y giró a la izquierda.
Llegó a una gran casa, donde la Liebre y el Sombrerero estaban tomando el té. Entre ellos dormía un pequeño Tejón, que ambos utilizaban como almohada. Aunque la mesa era bastante grande, estaban todos apretujados en un rincón.
– ¡Ya no queda sitio! ¡Ya no hay sitio para ti!
– Hay sitio de sobra, dijo Alice, un poco alterada, y se sentó en un gran sillón, en un extremo de la mesa.
En cuanto se sentó, empezó una conversación vertiginosa, todo sobre el tiempo, el té y otras cosas peculiares.
Realmente están locos, pensó Alicia y se alejó, hasta que llegó a un gran árbol, que también tenía una puerta. Detrás de la puerta se encontraba el hermoso jardín. Tres jardineros, todos en forma de naipes, discutían, mientras pintaban rosas blancas con tinta roja.
– Perdone, pero ¿por qué están pintando las rosas?
– Sabe, señorita, se suponía que aquí había un rosal rojo, pero, por error, plantamos rosas blancas. ¡Si la Reina se entera, perderemos la cabeza! ¡Oh no, la Reina, la Reina está viniendo!
Entonces Alicia vio a la comitiva real, entre la que también estaba el Conejo Blanco. El Rey y la Reina de Corazones, todos vestidos de rojo, pasaron y saludaron a sus súbditos.
– ¿Quién es ésta? preguntó la Reina al ver a Alicia.
– Me llamo Alicia.
– En sus marcas, rápido, ¡vamos a jugar al críquet!
– ¿Pero cómo vamos a jugar aquí? pensó Alicia. El campo está lleno de agujeros y en vez de pelotas hay erizos. Y en lugar de palos, hay pájaros flamencos. Todos se pelean, gritan y juegan sin reglas. Y la Reina sólo tiene una forma de resolver cualquier problema: no para de gritar ¡Que le corten cabeza!
En ese mismo momento, todas las cartas de la baraja saltan sobre Alicia, que empezó a gritar. De repente se despertó junto al río, al lado de su hermana, que le dijo:
– ¡Despierta, Alicia! ¡Has dormido demasiado!
– ¡Oh, qué sueño tan curioso he tenido!
Recuento y adaptación de la versión original
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